El momento en que el índice y la mirada externa se alinean para apuntarte, hasta casi con la furia de la violencia, para denunciarte que eres portador de una vida perfecta, es el mismo en que uno asimila el cliché: siempre la vereda de enfrente es más verde.
Meditarlo, el mandato resuelve una conclusión afirmativa, es verdad, cada uno de nosotros tenemos vida, y el por solo hecho de ser vida es divina, perfecta. Cada uno de nosotros somos un mundo, entrelazados en submundos, englobados por otro Mundo.
Repito, todo esto, no es más que un cliché, y es por eso no deja de ser veraz. Debemos adorar lo nuestro porque es nuestro. Si hay gente contenta haciendo lo mismo que nosotros ¿por qué no hemos de gozarlo también? Como el desafío “sapere aude”: intentemos valernos de nuestra propia imaginación, no dejemos de soñar. Las escalas de la felicidad son infinitas, así como la cantidad de hombres en la tierra: cada uno es medida de lo que puede lograr. Con ello arribo a la idea de que es inútil el planteamiento comparativo mejor-peor, siempre habrá alguien en una posición mucho mejor siendo también mucho más feliz que nosotros.
Todos somos de la media, algunos sobresalen mas en algunos aspectos, otros menos. En fin al cabo somos todos únicos, bajo un mundo único, organizados en diversas plataformas únicas. Si somos entes únicos, solo nosotros vivimos todo lo que vivimos. Aunque se produzca un “velo de la ignorancia”, hay que reconocer que aquellos también pudieron haber tenido aquella vivencia. Aquellos pensamientos y sentimientos. ¿Por qué no nos adoramos? ¿Por qué no valernos de alguna moraleja social externa: sus vivencias?
Somos todos especiales, y a la vez somos todos un cliché.
Desde ya, el ojo que desde las alturas pretende penetrar sobre nuestra realidad, fácilmente puede objetar que nuestra vida parece perfecta. Hay situaciones en que contamos con las herramientas suficientes para afrontar los diversos eventos, y en aquellas circunstancias en que nos encontramos desposeídas de tales, no faltará ocasión para fabricarlas por nuestra cuenta.
Disfrutemos cualquier sea aquello que estemos haciendo.
Vuelvo mi mirada sobre mí, mi vida, y más allá de mis miedos, traumas, pérdidas, momentos infelices: es perfecta. Porque YO la viví, y otorgué mi huella a cada instante, a cada realidad concreta.
La vida, tanto como nosotros, es de carácter único. Por tal motivo requiere ser tratada como tal;
necesita una suerte de única receta para las millones de recetas que existen.
Nuestro principal mandato debería ser: seguir adelante y crear cosas, sea lo que sea. Al fin y al cabo el tiempo no es único, surte el mismo efecto para todos: pasa y pasa; de manera que si no vamos a la par de él dejamos de ser únicos, y caeríamos en la inquietante frustración de reducir la existencia a un “nadie”.
“¡Aceite su destino!” Y ante tal, no busco justificarlo por el hecho de que no exista, sino que el tiempo pasa sobre nosotros, y no a la inversa. “El poder de estar enfocado”, no solo que implica la fijación de un deseo concretado a modo de objeto a alcanzar, sino aquello que más valor tiene que es ese ejercicio dinámico, ese ejercicio de continuidad.
Y hay algo que se ha incorporado en nuestra rutina, de manera parasitaría es aquel mal hábito de olvidar, olvidar aquellos pequeños agregados de la vida que hacen al ser una revitalización. Será cuestión de redoblar la apuesta y que el olvido se convierta en un llamado de atención continuo, para mayor aprovechamiento de aquellas pequeñas cosas, que a veces parecen dispararse ante una alarma de peligro. Algo hay que cambiar.
Si nos replanteamos las cosas de la manera más sencilla posible, todo se manifiesta de modo sencillo, todo parecería ser mejor. Cosas claras, construcciones claras: el progreso a lo único, a aquello que apuntamos ser. No olvidemos que todos somos únicos, ergo, todos deberíamos ser tratados como iguales. Disfrutando nuestra forma única.
Ahora, demos un giro de 180°, para observar la cuestión desde otro punto de vista. Muchos buscan la perfección en un único ser, en un diez. Se olvidan que si todos fuéramos perfectos, literalmente, todos seríamos iguales, haríamos las cosas de la misma manera. ¿Y qué tan bueno puede ser eso?
Es por ello que llego a la siguiente idea: cubro de orgullo mi ser porque mi ser delata ser perfectamente imperfecto. Al ser, soy, ergo, reconozco la posibilidad intrínseca de ser portador de la confusión.
Un erudito puede es capaz de tomar la misma decisión que alguien que no lo sea; partiendo de diferentes bases: diez mil combinaciones posibles.
Sería una a utopía si todos nos tratamos como seres únicos, algo que en verdad somos.
Unicidad de lo indeciso: tomamos el único inicio de lo indiscutiblemente que podría haber pasado. Viajamos bajo el factor celestial de lo insípido e indomable de la vida unilateral de dos vías de carriles de tren de carga de china a Hong Kong, como único movimiento de los deshechos. De una oveja flaqueando el algodón. Mezclando una tela insípida que solo será retazos de otros momentos, formando algo que no podría encontrar dos veces, debido a la simple regla del fenómeno de la vida, que es una. Así como lo paralelo no se choca, se traza la vida de la línea del movimiento de todo. La única diferencia que hay es que, entre nuestras vidas uniformes se trazan líneas que no pueden ser paralelas al buen camino de doble mano.
Así cuando se dobla a la izquierda cambia el sentido, de mucha izquierda puede llegar a una única derecha autoritaria, se mezcla la confusión de dicotomías inexistenciales de un divagar de cuatro mares trazando algo que no sea geométrico, ni rectilíneo. Qué se yo, en fin.
La cochera es grande y estoy anotando todo lo que pienso. ¿Aleatorio? Seguro que de los mil millones alguien lo consideraría especial.
Mejor voy para Marte (?).
Demos por sabido todo, antes de no saber nada y replantearnos: ¿cómo puede ser que la vida es vida? Algo que nacemos con ello. Lo damos por hecho y nos puede asombrar todos los días. ¿Quién no me puede discutir que eso no es único?
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